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HAMBRE, INSEGURIDAD ALIMENTARIA Y COVID-19 EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE.

Marcos Arana Cedeño

HAMBRE, INSEGURIDAD ALIMENTARIA Y COVID-19 EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE[1]

Luz María Espinosa Cortés
Dpto. Estudios Experimentales y Rurales.
Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán

I

La expresión más extrema de inseguridad alimentaria es el hambre crónica que se vinculan a la pobreza extrema y estas tres condiciones se deben a las desigualdades que se expresan en la exclusión social en un país. Estos problemas sociales en América Latina y el Caribe (ALC) se han profundizado con la pandemia de COVID-19 provocada por el virus SARS-COV-2,[2] que desaceleró la economía mundial, desestabilizó a las economías nacionales y condujo al desempleo por las medidas de cuarentena[3], de modo que para finales de 2020, el total de personas pobres,[4] según estimaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), pudo haber ascendido “a 209 millones, 22 millones de personas más que en el año anterior. De ese total, 78 millones de personas se encontrarían en condiciones de pobreza extrema, 8 millones más que en 2019”. (CEPAL, 2021a: 30). Este panorama plantea a los gobiernos de la región de ALC, entre ellos de México, el reto de reorientar sus políticas públicas para alcanzar 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que integran la Agenda 2030[5], entre los que se encuentran señala el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la erradicación de la pobreza en todas sus formas, alcanzar el hambre Cero, la reducción de las desigualdades, entre otros (s.a).

Ahora bien, en este ensayo reflexiono sobre la triada pobreza, hambre e inseguridad alimentaria en el marco de la pandemia de la COVID-19 en América Latina y el Caribe, región que se caracteriza por elevados niveles de desigualdades. El tema es complejo porque cada problema social es multicausal, estructural, dinámico y dialéctico, por lo que es difícil profundizar en unas cuantas páginas, y más en el contexto de la actual crisis sanitaria, como nos dice Luiselli (2020), además de las crisis económica y climática.

Asimismo conviene aclarar de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) que a nivel internacional se mide el acceso de las personas y los hogares a los alimentos a través de la Escala de experiencias de inseguridad alimentaria (FIES por sus siglas en inglés) para conocer su situación de seguridad alimentaria/inseguridad alimentaria.[6] (FAO, s.a). Ahora bien, los datos obtenidos con la FIES por ser experiencias dan una idea de incertidumbre e insuficiencia del ingreso corriente (Félix-Verduzco, Aboites y Castro, 2018), pero no explican las causas de la pobreza, inseguridad alimentaria y hambre, sobre las que hay que indagar conforme al proceso histórico social de la población, región y país.

Las preguntas que sirven de hilo conductor a este trabajo son las siguientes: ¿Cuáles son las causas de la inseguridad alimentaria y el hambre? ¿La pandemia de COVID-19 impedirá alcanzar el Desarrollo Sostenible de Hambre Cero, erradicar la pobreza y las desigualdades? Para responder a estas dudas revisé la literatura de los organismos internacionales: FAO, CEPAL y PNUD.

II

Primo Levi (1947), citado por Bengoa (2000), dijo: “Hambre. Lo que llamamos aquí hambre no corresponde en nada a la sensación que puede uno tener cuando se ha saltado una comida.” (s.p.). Para aquellos que experimentan esta realidad “todo puede ser resumido a la simple condición de poder contar con tres comidas al día para librarlos del ´sufrimiento del hambre´”. (Filla, Cardoso, de Assis, da Silva, de Siquiera, 2015, p. 91). Caparrós (2021 [2015]) describe la crudeza del hambre de la siguiente manera,

Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos o tres veces al día. Pero entre ese [sic] hambre repetido, cotidiano, repetido y cotidianamente saciado que vivimos, y el hambre desesperante de quien no pueden con él, hay un mundo de diferencia y desigualdades. El hambre ha sido, desde siempre, la razón de cambios sociales, progresos técnicos, revoluciones y contrarrevoluciones. Nada ha influido más en la humanidad. Ninguna enfermedad, ninguna guerra ha matado a más gente. Todavía ninguna plaga es tan letal y, al mismo tiempo, tan evitable como el hambre. (s.p).

La FAO, FIDA, OMS, PMA y UNICEF (2020a) define, por su parte, al hambre como “una sensación física incómoda o de dolor causada por un consumo insuficiente de energía alimentaria”, (p.280), en cambio,

Una persona sufre de inseguridad alimentaria cuando no tiene acceso[7] físico, social y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos a fin de llevar a una vida activa y sana. La expresión más extrema es el hambre […]. (FAO-CELAC, 2020, p.3).

Para seguir ilustrando lo expuesto por Caparrós, recupero las voces recogidas por OXFAM (2021) de dos mujeres centroamericanas que hablan de su experiencia de inseguridad alimentaria y hambre asociándola a la pobreza y sequía prolongada que afectaron en 2018 y 2019 al llamado Corredor seco. Para las familias en el medio rural la situación empeoró con la pandemia y la llegada de los huracanes en 2020 que destruyeron las cosechas y sus casas. Sobre las experiencias de inseguridad alimentaria y hambre, una mujer de Honduras expuso,

Ahora si tenemos una libra de arroz (casi 500 gramos) usamos media libra para un tiempo y media libra para otro tiempo, porque hay que medir la comida. Si no, ya no tenemos para el consumo. Hemos tenido que evaluar lo que tenemos para comer. Si para hoy no tengo, para mañana cómo voy a hacer si la situación sigue igual. (OXFAM, 2021, p. 6).

Una mujer de Nicaragua señaló,

En época de verano, cuando hay sequía, los niños nos piden comida y yo les digo que no hay nada. Mi papá busca como conseguir algo para que por lo menos los niños, que son bastantes en la familia, puedan comer algo. Los adultos del hogar tratamos de aguantar hambre para priorizar a los niños que están en pleno crecimiento y no tienen la culpa de la situación por la que pasamos. (OXFAM, 2021, p. 8).

Para León, Martínez, Espíndola y Schejtman (2004), la experiencia de inseguridad alimentaria y de pasar hambre son fenómenos estrechamente relacionados con la pobreza extrema, aunque no son asimilables porque:

Una alimentación insuficiente para el desarrollo de una vida normal e inadecuada desde el punto de vista nutricional, afecta no solo a quienes viven en condiciones de extrema pobreza sino también a estratos más amplios y grupos que residen en determinadas zonas o regiones en cada país. (p.7).

Estos mismos autores afirman en otra parte de su trabajo que “ser pobre no es imperativo para que un hogar sea considerado en situación de inseguridad alimentaria” (León, Martínez, Espíndola y Schejtman, 2004, p.75) debido a que los no pobres pueden percibir algún grado de inseguridad alimentaria, pero son las personas y los grupos con menor poder social, económico o político a quienes se les dificulta el acceso físico, social y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos, y son ellas quienes más sufren de hambre o malnutrición.

Según estudios realizados en varios países por ejemplo en Perú, Nueva Zelanda, México, Pakistán, la prevalencia de inseguridad alimentaria es más alta en los hogares con bajos ingresos encabezados por mujeres, que en los encabezados por hombres, (Félix-Verduzco, Aboites y Castro, 2018). Este señalamiento se complementa con lo dicho por OXFAM (2020) en su informe en donde afirma que con frecuencia las mujeres de los hogares pobres y vulnerables

son quienes tienen más probabilidades de pasar hambre, ya que suelen ser las primeras en saltarse comidas o comer raciones más pequeñas para garantizar la alimentación del resto de la familia, lo cual tiene graves consecuencias tanto para su salud como para la de sus hijas e hijos (p.5).

Asimismo, las desigualdades étnico-raciales, la inseguridad alimentaria y el hambre que afectan sobre todo a los pueblos indígenas y afrodescendientes de América Latina y el Caribe, se acentuaron con la pandemia. Tan solo en América Latina en 2018,

… el 8,4% de las mujeres se encuentran en situación de inseguridad alimentaria severa, en comparación con el 6,9% de los hombres. Esto significa que 19,2 millones de mujeres y 15,1 millones de hombres se encontraban en situación de inseguridad alimentaria grave en el último trienio. En Mesoamérica, el 10% de las mujeres se encuentra en inseguridad alimentaria grave, esto es, 6,4 millones. En Sudamérica, esta situación afecta al 7, 8%, lo que equivale a 12,7 millones de mujeres de la subregión. (FAO, OPS, WFP y UNICEF, 2018, p.19).

III

En cuanto a los determinantes o impulsores que conducen a la inseguridad alimentaria y acentúan al hambre estructural o generan hambre coyuntural en el mundo,[8] Food Security Information Network (FSIN) señaló a los conflictos, la inseguridad, la violencia localizada o crisis política; la crisis climática y los desastres antropogénicos y naturales como sequías,lagas, inundaciones, huracanes, terremotos; shocks macro o microeconómicos (hiperinflación, descenso económico, caída del poder adquisitivo, desempleo); las crisis alimentarias y de salud mundiales y locales, entre otros. (FSIN, 2019, p. 6). Cada uno de estos eventos o en interacción impacta de modo diferenciado el acceso a los alimentos en cada país y localidad. Un ejemplo de su impacto en la seguridad alimentaria es la pandemia de COVID-19 que llegó a América Latina y el Caribe en un contexto de crecimiento desacelerado, profundas desigualdades y vulnerabilidad, creciente pobreza y pobreza extrema, con un sistema de salud debilitado, insuficiente inversión en salud pública, debilitamiento de la cohesión social y de manifestaciones de descontento popular y creciente inseguridad alimentaria y hambre. (Comité de Seguridad Alimentaria y Grupo de Alto nivel de Expertos, 2020). En este contexto, las medidas de cuarentena para contener la pandemia aumentaron el desempleo y subempleo (con agudas brechas laborales de género) sobre todo de las mujeres vinculadas, muchas de ellas, a la economía informal.

Además, algunos países de ALC sufrieron la caída de remesas y del poder adquisitivo. (Comité de Seguridad Alimentaria y Grupo de Alto nivel de Expertos, 2020; CEPAL, 2021b; CEPAL, 2021c; Global Network Against Food Crises, 2020). Otros como Guatemala, Honduras y El Salvador sufrieron en plena pandemia, además, el impacto de la crisis climática y los fenómenos meteorológicos que sumados a la violencia, agudizaron la pobreza, la inseguridad alimentaria, el hambre y aumentó la migración hacia Estados Unidos.[9]

El Comité de Seguridad Alimentaria y Grupo de Alto nivel de Expertos de la FAO (2020) sostiene que la población pobre y vulnerable tiene menos capacidad de afrontar o adaptarse a la crisis (2020, p.3), y menos de acceder a las dietas saludables o nutritivas, porque dicen Herforth, et al. (2020), para llevar estas dietas[10] “[se] requiere ingresos más altos y redes de seguridad más amplias, así como precios más bajos para una variedad de artículos nutritivos [trad. LMEC]”. (p.64). Esta idea se complementa con lo dicho por Headey y Alderman (2019) quienes señalan en su estudio sobre los precios de alimentos saludables y no saludables que, con algunas excepciones, “la mayoría de los alimentos nutritivos son costosos en los países de ingresos bajos. Los huevos y la leche fresca, por ejemplo, a menudo son 10 veces más caros que los alimentos básicos con almidón en términos calóricos [trad. LMEC]” (p. 2031), en contraste, países donde la producción avícola y de huevo era a mayor escala, los precios se reducían. Lo mismo sucedía con los alimentos de hojas verdes.

Ahora bien, la FAO (s.a. Escala de…) advierte que ante el elevado costo de las dietas saludables, la población pobre y vulnerable tiende a reducir la calidad de la dieta y satisfacer “sus necesidades de energía alimentaria consumiendo alimentos hipercalóricos [que tienen alto contenido de grasas, azúcares o sal] más baratos y de baja calidad, por ejemplo, o recortando otras necesidades básicas, lo cual puede tener consecuencias negativas para su salud” (FAO, s.a. Escala de…, p. 7).

Diversas estimaciones de la FAO, CEPAL y otras organizaciones han mostrado que desde antes de la pandemia, específicamente en América Latina y el Caribe, las dietas saludables ya eran inasequibles porque su costo o lo que una persona tiene que pagar llega a ser “un 60% más elevado que el costo de una dieta adecuada en cuanto a nutrientes y cinco veces mayor que el costo de una dieta suficiente en cuanto a energía” (FAO, FIDA, OMS, PMA y UNICEF, 2020b, p. 25).

            La tabla 1 muestra el costo de las dietas en América Latina y el Caribe en 2017. Se observa que la dieta con menor costo fue la dieta suficiente en cuanto a energía, en cambio, la dieta saludable superó los 3.0 USD. En el Caribe fue de 4,21 USD.

Tabla 1. Costo en USD de cada dieta en América Latina y el Caribe en 2017

Región

Dieta suficiente en cuanto a energía

Dieta adecuada en cuanto nutrientes

Dieta saludable

América Latina y el Caribe

1,06

2,83

3,98

Caribe

1,12

2,89

4,21

América Latina

1,00

2,78

3,75

América Central

1,13

3,04

3,81

América del Sur

0,91

2,61

3,71

Fuente: Elaborada a partir de la Tabla A3.1 contenida en Herforth, et al., 2020, p.77.

Por los efectos económicos de la pandemia de COVID-19, las dietas saludables se volvieron más inaccesibles para la población pobre, pobre extrema y vulnerable, específicamente de esta región, por “las interrupciones en las cadenas de suministro de alimentos y la falta de ingresos derivadas de la pérdida de medios de vida y remesas de fondos” (FAO, FIDA, OMS, PMA y UNICEF, 2020b, p.8). No hay que pasar por alto que este grupo de población al estar vinculada a la economía informal y vivir al día, las medidas de cuarentena redujeron sus ingresos todavía más, y con ello, disminuyó la disponibilidad y capacidad de compra de alimentos saludables: “hoy, su derecho a una alimentación saludable se encuentra en entredicho” (FAO y CEPAL, 2020, p.3).

            Conviene aclarar que hasta el momento en que escribo este trabajo no existían datos disponibles sobre el costo de las dietas desde 2019 a la actualidad para ALC, solo algunas estimaciones en reportes de la CEPAL-FAO (2021:11) para los meses de enero a mayo del 2020. En su informe estos organismos internacionales mostraron el incremento del precio de algunos alimentos en México, Uruguay, Colombia y Argentina.

IV

Es así que en la pobreza, las desigualdades y en el elevado costo de las dietas saludables se explica, en parte, el incremento de la “inseguridad alimentaria y malnutrición, en particular el retraso del crecimiento, la emaciación, el sobrepeso y la obesidad” (FAO, FIDA, OMS, PMA y UNICEF, 2020b, p.8).[11] Antes de la pandemia de la COVID-19 esta región en el periodo de 1990-2014 había logrado reducir la pobreza y “la proporción de personas con desnutrición a la mitad” (Salazar y Muñoz, 2019, p.5), pero a partir del 2015 el crecimiento de las economías comenzó a desacelerarse y el empleo a deteriorarse por la desaceleración de la economía de Estados Unidos y China, y la pobreza, la inseguridad alimentaria (moderada y grave) y el hambre tendieron a incrementarse, de modo que en 2016 “el número de personas con hambre aumentó en 2,4 millones, alcanzando una cifra de casi 42,5 millones, de los cuales el 90% experimentó inseguridad alimentaria severa”. (Salazar y Muñoz, 2019, p.5).

La tabla 2 muestra el incremento de inseguridad alimentaria en América Latina, donde pasó de 22,6 por ciento en 2014 a 31,7 por ciento en 2019[12] y en América Central aumentó de 31,8 por ciento a 39,3 por ciento en los dos años respectivos.

Tabla 2. América Latina y el Caribe.
Prevalencia de la inseguridad alimentaria (IA) de nivel grave únicamente o de nivel moderado o grave, medida según FIES, 2014-2019

 

Prevalencia de inseguridad alimentaria grave

Prevalencia de inseguridad moderada o grave

Región

2014

2015

2016

2017

2018

2019

2014

2015

2016

2017

2018

2019

América Latina y el Caribe

7,1

6,4

8,1

9,3

9,2

9,6

22,9

25,1

29,4

32,0

31,6

31,7

América Latina

6,9

6,2

7,9

9,2

9,1

9,5

22,6

24,9

29,4

32,0

31,6

31,7

América Central

10,4

10,2

10,0

11,8

13,6

14,1

31,8

32,0

31,4

34,7

38,3

39,3

América del Sur

5,5

4,6

7,1

8,1

7,2

7,6

18,8

22,0

28,6

30,9

28,8

28,5

Caribe

n.d

n.d

n.d

n.d

n.d

n.d

n.d

n.d

n.d

n.d

n.d

n.d

Fuente: Elaborado con los datos seleccionados y obtenidos del Cuadro 3 de FAO, FIDA, OMS, PMA y UNICEF, 2020a, p.22

Con respecto al comportamiento del hambre en ALC durante el periodo de 2005-2019, la tabla 3 muestra que 2015 fue el único año en el que disminuyó el número de personas subalimentadas[13]. También se observa la proyección de la prevalencia de la subalimentación para 2030 que tenderá a aumentar, sobre todo en América Central, donde pasará de 9,3 a 12,4 por ciento, mientras en la región del Caribe disminuirá, aunque seguirá siendo alta con relación al resto de las regiones. En esta región destaca Haití, país considerado como el más pobre y con alta prevalencia de subalimentación.

          Tabla 3. América Latina y el Caribe. Prevalencia de la subalimentación, 2005-2019

 

Prevalencia de la subalimentación (%)

Región

2005

2010

2015

2016

2017

2018

2019

2030

América Latina y el Caribe

8,7

6,7

6,2

6.7

6,8

7,3

7,4

9,5

América Latina

7,8

5,9

5,4

6,0

6,1

6,6

6,7

9,1

América Central

8,1

7,9

7,9

8,6

8,3

8,4

9,3

12,4

América del sur

7,6

5,1

4,4

4,9

5,2

5,8

5,6

7,7

Caribe

21,3

17,5

17,3

17,0

16,6

17,0

16,6

14,4

 

Número de personas subalimentadas (millones)

América Latina y el Caribe

48,6

39,6

38,8

42,4

43,5

46,6

47,7

66,9

América Latina

40,1

32,4

31,4

35,5

36,3

39,3

40,5

60,3

América Central

11,8

12,4

13,4

14,7

14,4

14,7

16,6

24,5

América del sur

28,4

20,0

18,0

20,4

21,9

24,6

24,0

35,7

Caribe

8,4

7,2

7,4

7,3

7,1

7,3

7,2

6,6

Fuente: Elaborada con los datos obtenidos y seleccionados del Cuadro 1 y Cuadro 2 de FAO, FIDA, OMS, PMA y UNICEF, 2020a, pp. 9 y 11.

 

El hambre en América Latina y el Caribe, “se deriva de la pobreza (en particular, de la pobreza extrema) y no de la falta de alimentos” (CEPAL-FAO, 2020, p.21). Según las estimaciones de la FAO y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), para 2018 la distribución del porcentaje de personas con hambre o subalimentadas por países fue de la siguiente manera: Haití (49,3 por ciento), Guatemala (15,2 por ciento), Nicaragua (17 por ciento), Bolivia (17,1 por ciento) y la República Bolivariana de Venezuela (21,2 por ciento). Con relación al número (millones) de personas destacaron “la República Bolivariana de Venezuela (6,8), Haití (5,4), México (4,7), Perú (3,1), Guatemala (2,6)”. (FAO-CELAC, 2020, p. 4). Asimismo, su manifestación es diferenciada al interior de los países como Belice, Colombia, Guyana, Honduras, México, Panamá y Perú. En estos países existen localidades donde la desnutrición infantil llega a ser más del doble del promedio nacional. En las zonas rurales las cifras de retraso en el crecimiento son considerablemente mayores que en las zonas urbanas, llegando a alcanzar diferencias mayores al 50 por ciento en Belice, Bolivia, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Perú, Surinam. (FAO-CELAC, 2020, p.5).

Hasta el momento en que escribí este trabajo aun no existían datos exactos del impacto de la pandemia en la seguridad alimentaria, solo estimaciones de distintos organismos internacionales, entre ellos de FAO, FIDA, OPS, WFP y UNICEF (2020), los cuales estimaron que posiblemente para fines de 2020 se hayan añadido “entre 83 y 132 millones de personas al número total de personas subalimentadas en el mundo [sumando] 828 millones de afectados” (p.10). Asimismo, estos organismos señalaron en sus informes que la inseguridad alimentaria y pobreza se agravará en los países de El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua y Venezuela (República Bolivariana de Venezuela).

V

La pregunta que surge de la anterior exposición es la siguiente: ¿Será posible alcanzar los objetivos de la Agenda 2030 en el nuevo escenario postcovid? La Organización para la salud (OMS) estimó en 2020 que con el aumento del hambre y la persistencia de la malnutrición difícilmente los países, incluidos de ALC, podrán alcanzar las metas de la Agenda 2030, pues, la situación que se vive en el mundo es compleja porque los efectos económicos generados con la pandemia aumentaron las desigualdades y la pobreza. En América Latina y el Caribe la mayoría de los países tardarán varios años en recuperar su economía, (CEPAL-FAO, 2020 y FAO-CELAC, 2020) por lo que tendrán que replantearse las metas del ODS (Luiselli, 2020) y plantearse el reto de construir un nuevo Estado de Bienestar basado en políticas públicas que se reorienten hacia la protección social, potencien la sostenibilidad del sistema alimentario para una alimentación saludable y nutritiva y, protejan a quienes padecen hambre en los países de la región, y a la vez, resguarden al planeta (FAO, 2020, CEPAL, 2021a). Todo esto para evitar una década perdida que para Luiselli (2020), podría suceder.

En cuanto a la seguridad alimentaria, FAO-CELAC (2020) hacen varias recomendaciones de política y programas para garantizar los sistemas alimentarios (p.10-15). También Herforth, et al., 2020 recomiendan, por su parte, diez acciones (tabla 4) para evitar que la crisis del COVID-19 conduzca a una crisis alimentaria que afectaría sobre todo a la población en extrema pobreza y vulnerable. Las acciones que recomiendan esto autores son “para sostener la demanda y administrar el comercio de alimentos durante la emergencia y evitar que su prolongación conduzca a una crisis alimentaria regional” (p.1).

                        Tabla 4. Recomendaciones para reducir la inseguridad alimentaria y el hambre.

1.              “La gente no puede vivir solo de pan. Los sistemas alimentarios pueden y deben centrarse en el acceso a todos los elementos de una dieta saludable”.

6) “Es necesaria la diversificación de la agricultura. Las innovaciones necesarias para reducir los costos de la dieta varían según el tipo de alimento. Ir más allá de los alimentos básicos con almidón a las legumbres, verduras, frutas, nueces y semillas, así como a los productos lácteos, los huevos, el pescado y el ganado requiere una amplia gama de acciones, incluido el acceso a semillas de mayor calidad, resistencia al estrés biótico y abiótico (por ejemplo, plagas, sequía), el control de enfermedades y la gestión de los recursos naturales en torno a los cultivos y el ganado, así como un mejor almacenamiento y transporte, incluidas las cadenas de frío y la infraestructura del mercado con pasos específicos del producto para mejorar y mantener la calidad”.

2) “La educación nutricional no resolverá el problema de las malas dietas. También se necesitan cambios sistémicos en el entorno alimentario”.

7) “Los costos de la dieta y la asequibilidad varían significativamente según la región dentro de los países, lo que revela puntos críticos geográficos que están mal atendidos por el sistema alimentario existente. La variabilidad sugiere que se necesitan redes de transporte y almacenamiento para estabilizar los precios y los ingresos en el espacio y el tiempo, y para brindar acceso a ciertos alimentos en lugares y momentos en los que pueden no estar disponibles”.

3) “Las dietas saludables a menudo son inasequibles para las personas de bajos ingresos. Poner al alcance dietas saludables requiere ingresos más altos y redes de seguridad más amplias, así como precios más bajos para una variedad de artículos nutritivos”.

8) “El proteccionismo en la política comercial agrícola eleva los costos de una dieta sana y adecuada en nutrientes. A menudo ayuda a grupos de interés influyentes al tiempo que reduce la creación de empleo y el crecimiento salarial para otras personas en el sector alimentario. La reducción de las barreras entre productores y consumidores reducirá los costos de la dieta y aumentará los ingresos agrícolas”.

4) “Las líneas de pobreza deben ajustarse al alza si están destinadas a cubrir el acceso a alimentos nutritivos que satisfagan las necesidades dietéticas. Las líneas de pobreza que se definen para incluir el costo de las dietas saludables ayudarían a alinear los programas de lucha contra la pobreza con otros objetivos de desarrollo mundial, vinculando las políticas de agricultura y seguridad alimentaria con la salud y el desarrollo humano”.

9) “Las dietas saludables y adecuadas en nutrientes se pueden lograr de manera más asequible con pequeñas cantidades de alimentos de origen animal, incluidos lácteos, huevos y peces pequeños que complementan los alimentos de origen vegetal ricos en nutrientes. Es importante que los esfuerzos para reducir el costo de las dietas también internalicen los costos ambientales y, por lo tanto, se centren tanto en alimentos de origen animal como de origen vegetal con el menor impacto ambiental”.

5) “La producción agrícola y los mercados de alimentos se complementan. La producción familiar de verduras, legumbres, productos lácteos, aves de corral, peces pequeños y frutas puede ser una forma importante de protección social y proporcionar alimentos nutritivos en algunos entornos, mientras que los mercados pueden brindar acceso a alimentos más allá de los que se pueden cultivar en cada momento y lugar”.

10) “Las regiones de máxima prioridad son Asia meridional y África, pero la escasa asequibilidad de las dietas saludables y la fuerte comercialización de opciones no saludables en todas partes están provocando la malnutrición en todas sus formas en todo el mundo”.

Fuente: Tabla elaborada con la propuesta de Herforth, et al., 2020, p.64

 

De las diez acciones recomendadas por Herforth, et al. (2020), me detengo solo en la segunda que dice: “La educación nutricional no resolverá el problema de las dietas inadecuadas” si no se realizan cambios en el entorno alimentario. Estos autores reconocen que per se,

La educación nutricional y el cambio de comportamiento no mejorarán sustancialmente el consumo dietético cuando las dietas adecuadas en nutrientes y saludables, incluso en su forma más barata, no son asequibles para la mayoría de los pobres. Se necesita una combinación de políticas de protección social y sistemas alimentarios para reducir los precios y mejorar el acceso y el consumo de dietas saludables (traducción LMEC), (p. 63).

En efecto, una sola acción no resolverá el problema, pues es necesario implementar varias acciones, empezando por redefinir los conceptos y estrategias con visión integradora u holística. Esta visión no es nueva, pues, en 2009 el gobierno de Brasil propuso cambiar el concepto de educación nutricional por educación alimentaria y nutricional (EAN) en el Plan Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional, que desde la opinión de los funcionarios de ese momento, era un concepto más amplio por considerar a las múltiples dimensiones de la alimentación, del alimento y los diferentes campos de saberes y prácticas como un todo que integre el conocimiento científico al popular. Entre los temas abordados sobre los que la colectividad debía reflexionar se encontró la revalorización de la cultura alimentaria local y el análisis del sistema alimentario en su totalidad, entre otros (Ministerio de Desarrollo Social y Combate al Hambre, 2012). Con ello, el gobierno buscó revalorizar la agricultura familiar como abastecedora de alimentos para garantizar el acceso a los alimentos saludables, conservar alimentos tradicionales, salvaguardar la agrodiversidad y uso sostenible de los recursos naturales e impulsar las economías locales, entre otros objetivos y acciones. (Bojanic, 2016, p. 85).

            Además de la propuesta de Brasil, existe de la Vía Campesina (VC) un movimiento que agrupa a varias organizaciones mundiales y promueve métodos de producción de bajo insumo buscando la construcción de la soberanía alimentaria para el desarrollo endógeno y de sostenibilidad ecológica. Esta propuesta que coloca a la alimentación como un derecho humano básico y busca fortalecer la capacidad de los pueblos y de las naciones en el autoabastecimiento de alimentos suficientes que les permitan satisfacer sus demandas conforme a sus preferencias culturales, diversidad productiva (Carranza, 2011, p.22), reconoce a las mujeres como un actor social clave para este desarrollo. En otras palabras, la propuesta de la VC prioriza la producción de alimentos locales para de esta manera, contribuir en la reducción del costo de las dietas saludables, al menos en las zonas rurales, pero, también reconoce el papel de las mujeres como gestoras de la soberanía alimentaria y su Derecho a la tierra.

            En cuanto a las desigualdades alimentarias asociadas a las desigualdades de poder, Hossain (2017) señala que parte de la explicación de las desigualdades alimentarias y nutricionales, las cuales se vinculan a las desigualdades sociales, económicas, étnico-raciales y por razón de género, está en el ejercicio del poder en los hogares y sistemas alimentarios locales, regional y nacional, por lo que sugiere, “todo enfoque destinado a combatir el hambre debería primero examinar cómo el poder actúa” (p. 6) en los sistemas alimentarios. Ella considera que para no dejar a nadie de lado como se plantea en la ODS, es “necesario adoptar enfoques en materia de hambre y desnutrición que sean a la vez más sensibles a su distribución desigual y más alertas a las desigualdades de poder que intensifican los efectos de la pobreza y la marginalización sobre la malnutrición” (p. 7). Por ello, de acuerdo con Hossain, es necesario detener la pérdida de control sobre los alimentos consumidos por las colectividades urbanas y rurales, reducir la brecha de desigualdades por razón de género entre hombres y mujeres que se acentúan en épocas de crisis económicas, como ha sucedido con la pandemia del COVID-19, asimismo, desafiar el poder hegemónico sobre el sistema alimentario mundial y local. De acuerdo con lo planteado por esta autora, considero importante citar a OXFAM (2020) que en su informe plantea que una forma de desafío a los poderes hegemónicos es a través del desarrollo y fortalecimiento del liderazgo de las mujeres “en la toma de decisiones relativas a la manera de cambiar el sistema alimentario” (p.16), quienes además, muchas de ellas enfrentan en sus países la “desigual distribución del poder de gestión y de propiedad de la tierra favorable a los hombres” (Senra, et al.,2009, p. 94).

Cierro este ensayo diciendo, el valor de estas experiencias y propuestas alternativas para afrontar la inseguridad alimentaria y el hambre a mediano y largo plazo, se encuentra en impulsar la reflexión colectiva sobre cómo funciona el ejercicio de poder en sus diferentes formas generadoras de desigualdades y pobreza, pero también, su valor se encuentra en resaltar la importancia de la acción participativa comunitaria en la revalorización e intercambio de saberes, conocimientos y prácticas alimentarias orientadas a la alimentación saludable asequible en el marco del desarrollo sostenible y de la autosuficiencia alimentaria.

A corto y mediano plazo, a los gobiernos de ALC les toca diseñar políticas públicas de protección social y de los sistemas alimentarios locales que coloquen en el centro de las acciones gubernamentales el derecho a la alimentación saludable, asequible y sostenible. Esto último para conservar la biodiversidad y la cultura alimentaria local en el marco de la construcción de la soberanía alimentaria que exige la acción participativa de la comunidad y la colectividad.

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[1] Versión ampliada y corregida

[2] FAO-CELAC (2020) estiman que en 2018, 188 millones de personas, una tercera parte de la población en América Latina y el Caribe, se encontraban en inseguridad alimentaria.

[3] Consistentes en “primer lugar, el estado de cierre anunciado en muchos países de todo el mundo llevó a todas las instituciones del sector público y privado, con la excepción de las instalaciones de atención médica y un número limitado de servicios esenciales, a cerrar y, si es posible, llevar a cabo sus operaciones de forma remota (sin interacciones cara a cara). Se pidió a las personas que se quedaran en casa y evitaran el contacto con otras personas”. (Naja y Hamadeh, 2020, p. 1117).

[4] La CEPAL (2016) plantea que “La pobreza va más allá de la falta de ingresos y recursos para garantizar unos medios de vida sostenibles. Entre sus manifestaciones se incluyen el hambre y la malnutrición, el acceso limitado a la educación y a otros servicios básicos, la discriminación y la exclusión sociales y la falta de participación en la adopción de decisiones”. (p. 9).

[5] Fue aprobada en 2015 por los representantes de los Estados miembros de las Naciones Unidas.

[6] La encuesta se estructura en cuatro niveles: Incertidumbre/preocupación, cambios en la calidad de los alimentos, cambios en la cantidad de los alimentos, no se consumen alimentos durante un día o más. (FAO, s.a).

[7] La FAO, OPS, WFP y UNICEF (2018) señalan en uno de sus informes que el acceso a los alimentos se encuentra “relacionado con la forma en que las personas pueden obtener física y económicamente los alimentos, ya sea a través de los ingresos del trabajo, producción autoconsumida o mediante el apoyo de políticas públicas como programas de transferencias condicionadas, asistencia alimentaria y alimentación escolar” (p. 36).

 

[8] La FAO las distingue de la siguiente manera: “El hambre coyuntural se debe a razones imprevisibles: guerra, sequía, invasión de langostas, o el hundimiento de la economía nacional. El hambre estructural, que es evitable, está implícita en las estructuras mismas del subdesarrollo”. (Ramírez, 2005, s.p).

[9] Después de dos años de sequía, “Las tormentas Amanda y Cristóbal y los huracanes Eta e Iota provocaron inundaciones, deslizamientos y daños en viviendas y cultivos. La pandemia y las medidas tomadas para evitar su contagio también tuvieron un impacto negativo en las dinámicas de las familias agricultoras, personas trabajadoras informales y jornaleras agrícolas. Los gobiernos de El Salvador, Honduras y Guatemala entregaron víveres, bonos o efectivo a familias afectadas. Pero las políticas sociales han sido insuficientes. A esto se suma una cultura hegemónica patriarcal y discriminatoria, que mantiene a grandes sectores de la población como mujeres, poblaciones indígenas, personas con discapacidad, niños, niñas, y personas adultas mayores en situaciones todavía más críticas”. (OXFAM, 2021, p.3).

[10] Herforth, et al. (2020) señalan que “Una dieta que satisfaga las necesidades calóricas por sí sola puede ser suficiente para la supervivencia a corto plazo, pero no la salud o el bienestar a largo plazo. No se ajusta a la definición de seguridad alimentaria: alimentación adecuada para satisfacer las necesidades dietéticas y las preferencias alimentarias para una vida activa y saludable. Una dieta adecuada en nutrientes satisface las necesidades de calorías y nutrientes (definidas por un estándar específico para poblaciones específicas) pero no necesariamente cumple con las guías dietéticas (proporcionalidad entre grupos de alimentos) y no necesariamente satisface las preferencias alimentarias. Las dietas saludables protegen la salud a largo plazo, y las FBDG [food-based dietary guidelines] también están diseñadas para satisfacer las preferencias alimentarias culturales generales. Por lo tanto, garantizar el acceso a dietas saludables cumple con la definición completa de seguridad alimentaria de las Naciones Unidas”. (p.4).

[11] Solo para ejemplificar esto último, cito el caso de México en donde Gutiérrez JP, Rivera-Dommarco J, Shamah-Levy T, et al., (2013) y Shamah-Levy, Vielma-Orozco, Heredia-Hernández y et al., (2020), reportan en las ENSANUT, 2012 y ENSANUT2018-2019 que en los hogares donde la percepción de las personas entrevistadas fue de inseguridad alimentaria o experiencia de hambre se presentó no solo la desnutrición crónica, también el sobrepeso y la obesidad con porcentajes comparables a los hogares con seguridad alimentaria.

[12] En 2019 el número de personas subalimentadas en América Latina y el Caribe se incrementó a 48 millones, siendo la prevalencia de subalimentación del 7,4 por ciento contra 8,9 por ciento a nivel mundial (FAO, FIDA, OMS, PMA y UNICEF, 2020b, p.13).

[13] “La FAO utiliza el indicador de prevalencia de la subalimentación para estimar el alcance del hambre en el mundo, por lo que el término “hambre” también suele denominarse subalimentación”. FAO, s.a y s.p

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